Jorge Bergoglio, el papa argentino que llegó a la sede de Pedro en Roma llenándonos de admiración, genuino orgullo y esperanza, se empeñó en enseñarnos que, donde no hay humildad, justicia y verdad, el Amor no logra quedarse. Y lo transmitió con sus propios gestos y con sus propias palabras. Esas palabras-fuerza que recordamos con especial delicadeza y emoción hoy… Volverlas a pasar por el corazón adquiere una resonancia especial en estas horas, en las que, orando juntos, nos unimos a él.
El papa de “los zapatos gastados”, eligió su nombre por Francisco de Asís, el santo de la pobreza, de la paz y del cuidado de toda la Creación. Apenas fue elegido, un gran amigo suyo, el Cardenal Hummes, lo abrazó y le dijo: “No te olvides de los pobres”. Esas palabras resonaron en su corazón y lo confirmaron en su deseo de imitar al santo y conducir la Iglesia con sencillez y con amor. A lo largo de su pontificado no se cansó de repetir: “¡Ah, cómo querría yo una Iglesia pobre y para los pobres!” y de dirigir sus enseñanzas y acciones en esa dirección.
Él mismo, para explicar qué clase de papa quería ser, se comparó con un pastor de ovejas: “A veces el pastor va delante de ellas ―supo decir― y les muestra el camino. Otras veces va al lado reuniéndolas para que no se pierdan, y otras, deja que sean ellas las que, con su olfato, elijan el mejor sendero. Él prefiere ir al lado y, sobre todo, por detrás. Porque cree que en muchos casos la brújula la tiene la gente, el pueblo. Y son los pastores los que deben mirar por dónde va…”
Apenas asumió, Francisco invitó a la unidad y a la tolerancia a los representantes de distintas religiones del mundo. Nunca antes en la historia de la Iglesia se vieron tantos kipás judíos, takiyahs musulmanes, capuchas armenias y vestimentas budistas unidos por una misma esperanza. Y a todos los gobernantes de las naciones y las personas de buena voluntad los convocó a un pacto global para sanar y salvar la Tierra, nuestra única casa común, sentando las bases de un proyecto educativo para una ecología integral en tiempos críticos de dramático cambio climático y profunda deshumanidad.
Defendió con pasión el valor del trabajo y los derechos de los trabajadores como fundamentales para su dignidad y no tuvo pudor en confesar que los momentos más lindos los pasó como cura, como obispo, con la gente, junto a la gente, caminando al paso de su realidad.
Francisco, el papa al que le gustaba el fútbol como un hincha más, oró por la paz y nos invitó a trabajar por la justicia que sustenta la verdadera paz. Y proclamó a los cuatro vientos que la alegría es un don, un regalo de Dios y que eso no significa estar contentos todo el tiempo porque eso nos vuelve superficiales, un poco tontos. Porque la profunda y verdadera alegría nos viene de saber y creer que Jesús está con nosotros. Por eso los amigos de Jesús no pueden tener cara de pepinos en vinagre…
Nuestro Padre y Pastor nos pidió que busquemos el bien común, que nos hace bien a nosotros mismos y a quienes nos rodean. Que dejemos que Jesús nos guíe para salir cada vez más de nuestro pequeño espacio y perder el miedo a dar, a compartir, a amarlo a Él y a los demás.
Y a los Maristas nos dedicó su calidez personal, su afecto y su orientación: “Agradezco al Señor y a María, Nuestra Buena Madre —como a san Marcelino le gustaba llamarla—, la presencia en la Iglesia de su vocación y servicio, y pido para ustedes el don del Espíritu Santo para que, movidos por él, lleven a los niños y jóvenes, como también a todos los necesitados, la cercanía y la ternura de Dios.”
Nos invitó a superar fronteras, no tanto las geográficas, sino las mentales sin alejarnos de las propias raíces: “Permanezcan fieles al servicio de educación y evangelización según el carisma de San Marcelino Champagnat, que supo «mirar más allá» y supo enseñar a los jóvenes a mirar más allá, a abrirse a Dios y a los horizontes evangélicos de su amor.”
En estas horas difíciles, elegimos recordarlo orando, orar recordándolo con el corazón.
Querido Dios, te pedimos por nuestro Papa Francisco. Que la Buena Madre lo arrope en estas horas difíciles con su amorosa ternura y su incondicional entrega. Que llegue a él el aliento y la fe de toda nuestra comunidad creyente en tu Hijo Jesús, el Señor de la Vida.