El programa “Senderos-Midlife”, que se lleva a cabo en Manziana (Roma) y está dirigido a Hermanos de mediana edad, comenzó el 31 de marzo y finalizará el 21 de junio. Los Hermanos del Equipo de Formación Permanente del Instituto (Hermanos Michael Sexton, Ataíde José de Lima y Xavi Barceló) acompañan al grupo formado por 16 hermanos provenientes de Brasil, Colombia, Bolivia, Venezuela, Argentina, México, Ghana, Madagascar, Fiyi, Estados Unidos y España.
A continuación, compartimos algunas reflexiones del H. Simon Kanjam, de la Provincia West Africa, sobre el primer mes del programa “Senderos-Midlife”.
“Por la gracia y el propósito de Dios, hemos sido conducidos a la montaña sagrada de Manziana, un lugar que se ha convertido en un espacio para reflexionar sobre nuestras experiencias de mediana edad y mirar hacia los años venideros. El curso gira en torno a dos temas centrales: la renovación de la fraternidad y la espiritualidad de esta edad y etapa de la vida.
Compartir la vida
Durante nuestra primera semana, nos centramos principalmente en compartir nuestras historias sagradas. Comenzamos en la comunidad más amplia, pasamos a fraternidades lingüísticas más pequeñas y, a continuación, nos dedicamos al acompañamiento personal. Estos momentos de compartir se centraron a menudo en temas de esperanza, alegría, gratitud y la gracia de Dios que nos ha guiado a lo largo de nuestras vidas. Al escucharnos unos a otros, empezamos a ver con más claridad cómo el amor y la fidelidad de Dios han moldeado nuestros caminos, a través de las personas que hemos encontrado, los lugares en los que hemos estado y los acontecimientos que han marcado nuestra trayectoria.
De diferentes maneras, durante la primera semana se construyeron las bases de la comunidad, un lugar que podríamos sentir ‘nuestro’ durante los próximos tres meses. Aquí, en esta montaña sagrada, se nos invita a reflexionar sobre nuestro llamado, nuestras motivaciones y nuestros valores fundamentales. Se nos llama a reflexionar sobre la primera mitad de nuestras vidas y, meditar sobre el significado de esta etapa de nuetra vida.
Este es un momento para reconocer la gracia que nos ha sostenido y discernir cómo podemos avanzar de una forma que nos dé vitalidad no sólo a nosotros mismos, sino también que, de alguna manera, genere y transforme a los demás.
Una cosa es cierta: hemos pasado la primera mitad de nuestras vidas preparando el contenedor —o hogar— en el que debemos habitar durante la segunda mitad. A través de reflexiones personales y cursos de espiritualidad e interculturalidad, nos hemos dado cuenta de que no podemos vivir la segunda y la tercera etapa de nuestras vidas con la misma mentalidad, significados y filosofías que moldearon la primera.
Nuestro fundador solía decir que convertirse en hermano marista significa asumir la vocación de ser santo. Hemos venido a reflexionar seriamente sobre esta llamada divina y a explorar cómo podemos liberarnos de todo aquello que nos frena, para que nuestras almas puedan conectar libremente con Dios de una manera profunda y personal. Este es también un momento para examinar la fidelidad con la que hemos vivido nuestro compromiso. Si la espiritualidad consiste en construir una relación con el otro, el entorno de Manziana nos ofrece un espacio sagrado para escuchar y responder de nuevo a la llamada de Dios.
Cada uno de nosotros comparte un ADN divino: una atracción hacia Dios y quizás hacia el hogar. Quizá, ahora, aquello por lo que hemos vivido o creído en la primera mitad de nuestras vidas parezca incierto o incluso erróneo, pero esto nos impulsa a buscar un nuevo significado, una nueva filosofía de vida y una nueva perspectiva para el camino que nos espera.
En el contexto marista, responder al llamado de Dios implica abrazar la interculturalidad, no como un problema por resolver, sino como una oportunidad sagrada para encontrarnos con Dios a través de otras culturas. Cada cultura es tierra sagrada, como la zarza ardiente que vio Moisés, donde se nos invita a quitarnos los zapatos con humildad y reverencia y escuchar de verdad. Aunque el mensaje nos resulte difícil o incómodo, estamos llamados a seguir comprometidos.
La interculturalidad es una forma de kénosis: “vaciamiento de sí mismo”; como Jesús, que dejó el cielo para compartir nuestra humanidad (Filipenses 2:7). De igual manera, se nos invita a abandonar nuestro etnocentrismo y adentrarnos en la riqueza de otras culturas con apertura y amor.
En nuestro pequeño pero sincero intento de vivir la interculturalidad, trabajar juntos en cuatro idiomas (español, portugués, inglés e italiano) es una tarea titánica. A veces, nos sentimos desconectados, confundidos y abrumados por las diferencias culturales. Hemos experimentado reacciones fuertes y momentos de profundo silencio. Sin embargo, incluso en ese silencio, se siente el amor latir en nuestros corazones. A veces, durante los momentos de comunidad, uno puede sentirse ajeno a la alegría o a la risa, y el silencio o indiferencia es comprensible.
Esta, en muchos sentidos, es una experiencia compartida –un viaje para vivir, luchar y ser transformado por la interculturalidad en respuesta a la llamada de Dios.
Viaje con San Francisco
Durante nuestro viaje, pasamos dos días en La Verna. En uno de sus picos más altos se encuentra una cueva donde San Francisco solía orar y reflexionar sobre su vida. En 1224, fue a meditar sobre la Pasión de Cristo. Pero más que el sufrimiento físico, Francisco luchaba con heridas internas, en especial, las divisiones y tensiones dentro de la orden que él había fundado.
Él oró a Dios para que lo aliviara de esta pesada carga. En respuesta, Dios lo fortaleció con los estigmas: las cinco llagas de Cristo. Esto no fue solo una señal física, sino un profundo don espiritual. A través de él, Francisco encontró la reconciliación consigo mismo, con los frailes que se le oponían y con Dios. Descendió de la montaña transformado, lleno de paz y alegría interior.
Al igual que Francisco, hemos llegado al monte Manziana cargando con nuestras propias heridas: luchas personales, tensiones familiares y desafíos en nuestras comunidades y provincias maristas. Estas cargas pueden pesarnos mucho y, a veces, incluso enfrentamos una oposición. Sin embargo, en el espíritu de San Francisco, especialmente en la mediana edad, estamos llamados a un camino más profundo: a perdonarnos a nosotros mismos y a los demás, a sanar las relaciones rotas y a reconciliarnos con Dios. Para mí, este ha sido el mensaje más poderoso de nuestro tiempo en La Verna.
En Asís, recordamos que el discernimiento es un proceso gradual. Cuando Francisco recibió su visión en San Damiano, no comprendió de inmediato el significado completo del llamado de Dios. Al principio, pensó que se le pedía que reconstruyera físicamente una iglesia. Con el tiempo, se dio cuenta de que estaba siendo llamado a reconstruir la Iglesia mediante una vida de radicalidad evangélica, arraigada en el amor y la pobreza evangélica.
También nosotros hemos venido a Manziana para hacer una pausa, escuchar y discernir de nuevo la voluntad de Dios para nuestras vidas. Estamos invitados a preguntarnos: ¿Nuestra misión y nuestras obras aún nos dan sentido? ¿Son realmente vivificantes? La mediana edad nos plantea preguntas difíciles. Puede que nos sintamos desilusionados al preguntarnos si hemos construido nuestras vidas sobre falsas esperanzas o ilusiones.
Pero, como Francisco, a través de la oración y la contemplación, podemos permitir que el Espíritu de Dios vuelva a hablar. Sólo entonces podremos recibir la luz y la comprensión necesarias para renovarnos y llevar esa renovación a nuestras comunidades, provincias y regiones.
Hemos pasado la primera mitad de nuestras vidas escribiendo el guion. Ahora es el momento de hacer el comentario. Y como los dos discípulos camino de Emaús, seguiremos buscando el significado. Sin duda, el desconocido que nos resulta familiar se unirá a nosotros y nos iluminará el camino que nos espera durante los próximos dos meses y más allá.”
H. Simon Kanjam – West Africa

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