El 6 de junio de 1840 marca la muerte de Champagnat y el legado de su misión

Vida de José Benito Marcelino Champagnat“, cap XXII – H. Juan Bautista Furet

El viernes, al atardecer, comprendieron que había llegado su fin.  Se hallaban en la habitación bastantes Hermanos que oraban fervorosamente y querían pasar allí la noche para tener al menos el consuelo y la dicha de recibir su postrera bendición y ser testigos de su tránsito.  Pero él no lo consintió y aún tuvo arrestos para rogarles que se fueran a descansar.  Quedaron con él sólo los Hermanos Hipólito y Jerónimo. Durante la noche, prosiguió sus invocaciones: ¡Jesús! ¡María! ¡José!  Hacia las dos y media, dijo a los Hermanos que estaban a su lado: – Hermanos, la lámpara se les apaga. – Perdone, Padre –le respondió uno de ellos–, la lámpara está bien encendida. – Sin embargo, yo no la veo; acérquenmela, por favor. Uno de los Hermanos le aproximó la lámpara, pero el buen Padre no la distinguió.  Entonces, con un hilo de voz, exclamó: “¡Ah, ya comprendo, la que se apaga es mi vista. Ha llegado la hora; bendito sea Dios!” Aún susurró algunas oraciones.  Poco después entraba en agonía.  Duró ésta aproximadamente una hora, pero fue suave y tranquila.  Los vómitos habían cesado, pues la naturaleza se hallaba totalmente agotada.  A las cuatro y veinte, la respiración se hizo más lenta y fatigosa; y sólo a intervalos. La comunidad se hallaba en esos momentos reunida en la capilla para el canto de la Salve, Regina .  Inmediatamente empezaron a rezar las letanías de la Santísima Virgen, y mientras las rezaban, el piadoso Fundador se dormía apaciblemente en el Señor sin la menor violencia ni convulsión.  Era sábado, seis de junio, víspera de Pentecostés. Durante su enfermedad había repetido en varias ocasiones: “Me gustaría mucho morir en sábado; ciertamente no merezco esta gracia, pero confío en alcanzarla por la bondad de María.”

No sólo le fue concedida, sino que, además, le fue otorgado morir a la hora en que durante más de treinta años, se había dedicado a la meditación y unión con Dios.  En el momento de la oración, y al terminar el canto de la Salve, Regina, la Madre de misericordia le hizo pasar de este destierro a la patria, y le mostró a Jesús, fruto bendito de su vientre virginal.

Su fallecimiento sumió a la comunidad en profundo desconsuelo.  Sin embargo, el largo período de sufrimiento del buen Padre había preparado de tal modo a los Hermanos para este doloroso trance, y tan convencidos estaban de su santidad que el dolor se veía mitigado por la seguridad de que sus sufrimientos se habían transformado en inmenso cúmulo de gloria. Inmediatamente lo lavaron y afeitaron, le revistieron con el hábito talar, con roquete y estola, le pusieron en la mano la cruz de profesión y lo colocaron así, sentado en un sillón, en su misma habitación. Al lado había una mesita en la que se puso el breviario, el bonete y los cuadros de Nuestro Señor y de la Santísima Virgen con dos velas encendidas. Estaba palidísimo, pero nada desfigurado.  Su rostro había conservado los rasgos varoniles y el aspecto bondadoso y digno que tanto ascendiente le habían proporcionado en vida y que tantos corazones le conquistaron.  Su vista no inspiraba temor alguno; al contrario, todos se encontraban a gusto junto a él; por eso querían contemplarlo y besarle los pies. Los Hermanos pasaron uno tras otro para contemplar amorosa y confiadamente los restos de su tierno Padre.  Se turnaban de seis en seis para rezar, junto a su cuerpo, el oficio de difuntos y el rosario.  En los tiempos libres, todos volvían una y otra vez. El mismo día de su muerte, un pintor, llamado expresamente para ello, hizo su retrato. El domingo por la tarde se colocó el cadáver, revestido del hábito eclesiástico, en una caja de plomo que depositaron en un ataúd de madera resistente.  El cuerpo se mantenía aún perfectamente flexible.  Antes de cerrar el ataúd de plomo, se introdujo, en presencia del padre Matricon, capellán, y de los hermanos Francisco, Juan María, Luis María y Estanislao, una placa del mismo metal en forma de corazón, en la cual se hallaban escritas estas palabras: OSSA  J.-B.-M. Champagnat 1840

Las exequias se celebraron el lunes, día 8 de junio.  Estuvieron presentes casi todos los sacerdotes del contorno y las personalidades de Saint-Chamond.  El cadáver fue llevado al cementerio por los Hermanos profesos que, sumidos en dolor, mezclaban sus lágrimas con las oraciones que ofrecían por él.

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