Un día como hoy doce jóvenes religiosos realizaron a los pies de Nuestra Señora de Fourvière la Promesa sobre la que se fundó la «Sociedad de María». Entre ellos estaba Marcelino Champagnat. Fue en Lyon, Francia, el 23 de julio de 1816 y hoy, 208 años después, evocamos con gratitud y alegría la determinación y el coraje de aquellos jóvenes que dieron vida al Instituto Marista y escuchamos su mensaje.
“Éramos unos 12 ―describe el Padre Courveille, uno de los presentes en el acontecimiento―. Hablábamos siempre que podíamos de la Sociedad de María. Eso duró hasta 1816 en que fuimos juntos a Fourvière para consagrarnos a la Santísima Virgen. Yo celebré la santa misa. Todos los demás comulgaron de mis manos, tanto los sacerdotes como los que no lo eran” (OM 718).
Aquel deseo apasionado y profundo que los primeros maristas llevaron a los pies de la Madre se convirtió en un inmenso árbol a cuya sombra crecieron las cuatro ramas de nuestra familia ―padres, hermanos, y hermanos y hermanas misioneras― y crece también hoy uno de sus frutos más fecundos: las laicas y los laicos maristas que abrazan nuestro carisma en todo el mundo.
El propósito de aquellos doce jóvenes dispuestos a todo, incluyendo los tormentos, para salvar almas en nombre de María fue una puesta en camino… Al evocar el coraje que tuvieron para prometer fidelidad a su sueño incluso en las enormes dificultades que vendrían, y que vinieron de hecho, sería bueno preguntarnos si su compromiso puede hoy todavía ser el nuestro.
“Ellos no fueron súperhombres. Fueron gente sencilla… y nos legaron lo más precioso: el comienzo. Su herencia, su promesa, su determinación por cumplir su proyecto de Dios y su confianza en Dios… Pero estos primeros maristas no nos trazaron el camino por adelantando: Nos invitan a inventarlo, a continuar la historia…” (cf.François Drouilly sm).
Promesa de Fourvière
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Todo a mayor gloria de Dios y honor de María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo.
Nosotros, los infrascritos, queriendo trabajar en la mayor gloria de Dios y de María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, afirmamos y manifestamos que tenemos sincera intención y firme voluntad de consagrarnos, cuando llegue el momento oportuno, a la fundación de la piísima congregación de los Maristas.
Por esta acta, rubricada por nosotros, nos comprometemos irrevocablemente a consagrar nuestras personas y cuanto tenemos, en cuanto nos sea posible, a la Sociedad de la bienaventurada Virgen María.
Y contraemos este compromiso, no a la ligera, y como niños, ni por motivos terrenos o esperanza de interés temporal, sino seriamente, después de madura reflexión y de habernos asesorado y haberlo sopesado todo ante Dios, y tan sólo para gloria de Dios y honor de María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo.
Para ello aceptamos todos los sacrificios, trabajos y sufrimientos y, hasta si fuera preciso, los mayores tormentos, confiados en aquel que nos conforta, Nuestro Señor Jesucristo, al cual prometemos fidelidad en el seno de nuestra Madre, la santa Iglesia católica y romana. Nos sometemos con todas nuestras fuerzas al santísimo jefe de la misma Iglesia, el romano Pontífice, y también a nuestro reverendísimo obispo ordinario, para que, alimentados por la palabra de la fe y la sana doctrina que por la gracia hemos recibido, seamos dignos ministros de Jesucristo. Con la confianza de que bajo el pacífico y religioso gobierno de nuestro cristianísimo rey, se desarrolle esta excelente institución.
Prometemos solemnemente que ofrecemos nuestras personas y cuanto nos pertenece para salvar las almas por todos los medios posibles, con el nombre augustísimo de la Virgen María y bajo su protección.
Salvo, no obstante, el juicio de los superiores. ¡Alabada sea la santa e inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María!
Así sea.