Cerramos el “Mes de las Infancias”, donde se trabajó con el eje de las infancias plurales y diversas, y los invitamos a leer la entrevista que el Equipo Provincial de Derechos de niños, niñas, adolescentes y jóvenes e incidencia en Políticas Públicas (DDyPP) realizó a Andrea Szulc y Paülah Nurit Shabel, dos valiosas especialistas en el tema.
Andrea Szulc es Profesora universitaria en temas de Infancias y Pueblos Originarios, Licenciada y Doctora en Antropología Social por la Universidad de Buenos Aires, investigadora etnográfica en comunidades mapuches desde el año 2000, investigadora del CONICET y coordinadora del libro “Niñez Plural. Desafíos para repensar las infancias contemporáneas” (Editorial El Colectivo, 2023).
Paülah Nurit Shabel es Doctora, profesora y Licenciada en Antropología por la UBA y Magíster en Psicología del Conocimiento por FLACSO. Estudia temas vinculados a los afectos y vínculos intergeneracionales, a las epistemologías y pedagogías no adultocéntricas y a la acción política infantil. En este ámbito publicó recientemente el libro “Hacer rancho. Desobediencias afectivas contra el adultocentrismo (Editorial Chirimbote, 2024). También es docente en la universidad, en la escuela y en el barrio, y militante antiedadista en AulaVereda.
Con ambas abrimos un valiosísimo diálogo que hoy queremos compartir con ustedes.
¿Por qué hablamos de «las infancias» o de una «niñez plural»?
A. Z.: Qué interesante esta pregunta. En las ciencias sociales, con gran impulso de la antropología, de la sociología, hace ya bastante tiempo que se empezó a cuestionar esa idea muy fuerte ―tan arraigada que parece parte de la naturaleza misma de las cosas― de que hay una infancia, una única manera de ser infancia, de tratar a los niños y a las niñas, de cuidarlos, de educarlos; un modelo universal que tuvo su origen con la modernidad europea y que por eso llamamos “noción hegemónica”, “noción euro-occidental”, universalizante, de infancia. Hablamos de «la infancia» como si eso fuera una categoría homogénea que implicara o una experiencia similar para todas las niñas y niños del mundo, o un ideal con el que se evalúan, se contrastan las vidas de otras infancias. Por todo esto necesitamos una categoría en plural: infancias o niñez plural, como las denominamos en nuestro libro y en nuestro equipo indicando las distintas maneras de ser niño o niña en distintos contextos geográficos, históricos, culturales, según distintos grupos de edad, según distintos géneros. Y, por supuesto, según pertenencias étnicas que configuran otros modelos, otras ideas y otras prácticas respecto de cómo educar a los niños y las niñas. Por todo esto necesitamos una categoría en plural ―las infancias― para poder entenderla interseccionalmente, en relación con las clases sociales, con el género, con la diversidad cultural, la pertenencia étnica y también con la historicidad, los procesos históricos que van alterando las maneras de crecer y de ser niño o niña, como se ve claramente en nuestras propias familias. Las generaciones hoy adultas mayores ya tuvieron otras formas de ser niño o niña. Porque la infancia está en transformación y, para poder entender estas transformaciones, para poder considerarlas, necesitamos una categoría que esté atenta a la pluralidad.
P.S.: Creo que usar el plural en infancias o decir «niñez plural» es convocar a lo múltiple pero también a lo indefinido. No solamente hablamos de muchas formas de estar y hacer durante esos primeros años en que los cuerpos existen en el mundo. También hacemos referencia a algo que se nos escapa siempre; hablamos de la infancia y le ponemos palabras y lo reflexionamos y le damos vueltas. Porque hay algo indefinido en esa otredad, en esa alteridad etaria; siempre va haber como un abismo, una diferencia en relación a nosotras, las personas adultas, que somos las que enunciamos la infancia. Y lo que tiene de lindo decir «niñez plural» es hacerle lugar a esa diferencia porque nos convoca necesariamente a pensar cuáles son las formas de proximidad que podemos generar con esa otredad. No debemos dar por sentados los puentes de comunicación que existen entre las generaciones, sino darnos a la tarea de construir esos canales de comunicación. Creo que, en este sentido, “plural” es bienvenir la magia de lo inesperado que es estar con otras personas de otras generaciones.
¿Qué aspectos son importantes para un diálogo con las infancias respetuoso de sus saberes?
A. Z.: Esta pregunta es también muy interesante, valiosa, porque nos lleva a enfocarnos en el hacer. Todas estas reflexiones respecto a las infancias en plural, a cómo se llevan a la práctica en el diálogo, en contextos educativos o sanitarios o de crianza, también familiares, comunitarios ―lo que podemos desprender de esta cuestión y desde esas ideas de infancias en plural situadas históricamente, contextualmente, culturalmente, socialmente― tienen que ver con intentar no presuponer cuando hablamos con cualquier sujeto. No presuponer que este niño sabe, no sabe, le gusta esto o aquello. Mantener esa apertura y esa escucha atenta (acá me sale la mirada antropológica); se trata de eso, de la escucha atenta y de no presuponer y de estar abiertas, abiertos, a lo que nos sorprenda, a lo que no esperábamos de ese niño, de esa niña. Esto por una parte. Por la otra, me parece que es muy importante valorar los saberes que niños y niñas puedan tener ―no estar evaluando permanentemente , no estar con esa mirada. Eso también crea una relación y un clima en los que es mucho más probable, si no está siendo juzgado, que ese niño/niña se exprese, que cuente lo que sabe. Por supuesto que esto no significa que tengamos que aceptar y valorar todas las experiencias porque a veces hay experiencias de los niños y las niñas que son tremendamente difíciles, situaciones de violencia, situaciones que vulneran su integridad y entonces esa escucha atenta y ese momento de no evaluar, no juzgar, es de alguna manera una etapa, un tiempo de un proceso en el que quizás aparezcan cosas frente a las que tengamos que tomar posición porque la realidad realmente es muy dura. Esto es lo que en antropología nombramos como “relativismo cultural”, un principio que dice que cada cultura debe ser entendida en sus propios términos y no se la debe juzgar. Es lo que decimos hoy: es indispensable el acercamiento a una realidad para poder comprenderla desde adentro, desde las propias prácticas y experiencias de las personas sin que llegar al extremo de nunca posicionarse porque hay situaciones que realmente no se pueden tolerar.
P.S.: Creo que tenemos que dejar de poner a la infancia en el lugar del futuro: desmonopolizar el presente, que aparece como propiedad de la adultez, y entender que les niñes no están atrás nuestro, no son casi-personas, aún-no-personas, personas en desarrollo; no son lo que vendrá sino que participan de la realidad en este aquí y ahora junto a todes nosotres en un mundo que es, siempre y en cada instante y en cada dimensión de su existencia, un mundo intergeneracional. Entonces ―por supuesto― no se trata de dejar de considerar las necesidades específicas que tiene cada cuerpo en cada momento, sino dejar de clasificar esas diferencias de acuerdo a esquemas evolutivos que convierten a la adultez en una versión mejorada de la infancia, de las infancias. Creo que si logramos sostener esa diferencia como diferencia y no transformarla en una desigualdad ―que es como la base del adultocentrismo― entonces los saberes de las personas de 8 años o de 80 años, o de la edad que sea, se nos pueden volver realmente escuchables y necesarias a la hora de reflexionar sobre cualquier tema y tomar cualquier decisión, que ojalá sea siempre desde una perspectiva intergeneracional.
(*) La transcripción de la entrevista respeta el uso del lenguaje inclusivo por parte de los especialistas.