Querida Familia Marista de Cruz del Sur:
En Navidad estamos invitados a contemplar el pesebre de Belén. El pesebre es uno de los tres puestos que San Marcelino Champagnat quería para los Maristas. Los otros dos son la cruz y el altar. En estos tres lugares Jesús es el centro y en ellos se nos revela de un modo más profundo el amor de Dios.
Marcelino Champagnat tenía una especial devoción al Niño Jesús. “Cada año ponía sumo cuidado en prepararse a la fiesta de Navidad y la celebrada con toda solemnidad; en Nochebuena mandaba instalar el Belén para representar el divino nacimiento con todos los detalles que lo rodearon; iba con la comunidad a adorar al divino Niño recostado sobre pajas en el pesebre, y le dirigía fervorosas oraciones” (VIDA DE MARCELINO CHAMPAGNAT – Juan Bautista Furet, Capítulo VI). Marcelino contemplaba con admiración y asombro este acontecimiento de nuestra fe cristina. Miraba el pesebre y exclamaba: “Dios se hizo niño para que lo abracemos; extiende hacia nosotros sus manitos para que lo recibamos y acojamos con ternura.”
En el pesebre contemplamos el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, el Emanuel, el Dios con nosotros. Dios se hace carne, se abaja, toma nuestra carne, para vivir con nosotros, para asumir nuestra condición humana, y por lo tanto nuestra debilidad y fragilidad. De este modo, “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (Fil 2, 6-7). Lo infinito se hace finito. Lo eterno entra en la dimensión humana del espacio y el tiempo.
Así es nuestro Dios: un Dios tierno y misericordioso, humilde, que se hace pequeño para que lo aceptemos como nuestro Salvador. Él es la ternura de Dios que se inclina hasta nuestros límites, hasta nuestras debilidades, hasta nuestros pecados. Él es la Vida que vence la muerte; es la Luz que brilla y disipa las tinieblas. “Él vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Él es la verdadera luz que disipa las tinieblas que envuelven a la humanidad.
La encarnación de Dios es el primer misterio de nuestra salvación y nosotros, Maristas, también debemos aprender a vivir encarnados en la realidad que nos atraviesa, asumiendo la propia verdad y la verdad de los demás; la realidad sufriente de los demás, de los que luchan y sobrellevan muchas cargas, en la desesperanza y el desaliento. Allí está Dios, allí lo podemos encontrar.
Durante el año 2025 viviremos el Jubileo o Año Santo de la Esperanza. Mañana, 24 de diciembre, el Papa Francisco dará inicio al Jubileo con un mensaje central: «Spes non confundit», «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5), invitándonos a ser peregrinos de la esperanza.
Nuestra esperanza es Jesús, el único Salvador del mundo que nos libera de nuestras esclavitudes e hipocresías. Debemos enfrentarnos a nuestras desesperanzas y a nuestras excusas por las que no esperamos nada nuevo de Dios. Dios puede convertir lo “infértil” en algo lleno de vida. Él siempre está haciendo cosas nuevas. ¿Por qué no las vemos? Porque es posible que estemos desviando la mirada hacia la oscuridad y no hacia la luz.
El Mensaje del 8° Capítulo Provincial nos invita a una fraternidad visible y creíble, encarnada y vivida desde el espíritu de familia, la cercanía, la presencia, la alegría, el perdón, el cuidado, la apertura a lo diferente, la escucha atenta… Es la fraternidad universal que nos trajo Jesús. La fraternidad que está en el corazón del Evangelio. Jesús rompe los muros que en su tiempo separaban a los seres humanos y se acerca a aquellos que eran despreciados y excluidos, generando en ellos alegría y esperanza.
Los invito a mirar y contemplar a Jesús en el pesebre de Belén que armaron en sus casas. Busquemos tener un momento de silencio y oración para contemplar tanto amor y tanta ternura de Dios. Contemplemos a Jesús, y que nuestra mirada se llene de Dios.
De todo corazón, les digo: ¡FELIZ NAVIDAD!
Que la paz y la alegría de Dios estén siempre con nosotros.
Hno. Horacio Bustos
Provincial