Cuaresma: Tiempo de crecer en una auténtica experiencia de Dios

Hoy da comienzo la Cuaresma con la celebración del Miércoles de Ceniza. Con la imposición de las cenizas nos disponemos a iniciar un necesario camino de conversión que nos prepara a la conmemoración de la muerte y Resurrección de Jesús, el acontecimiento fundamental de nuestra fe. El Hno. Horacio Bustos nos invita a vivirlo a conciencia para que la gracia de este tiempo produzca buenos frutos en nuestra vida.

Creo que es importante valorar este tiempo, dar razón de lo que celebramos, reflexionar sobre ello para que no se nos escape su sentido profundo, es decir, para saber “dar razón de nuestra fe” (1 Pe 3, 15-16).

Cuaresma, etimológicamente, viene de la palabra latina cuadragésima, señalando así los “cuarenta días” de preparación a la Pascua. Cuaresma es tiempo de preparación, conversión, reflexión sobre el núcleo de nuestra fe y sus consecuencias para la vida. Es tiempo de preguntarse en qué creemos y esperamos, por qué creemos y esperamos, cómo ser coherentes con lo que creemos y esperamos.

Somos invitados a preparar nuestros corazones y a abrirnos a la gracia de Dios para poder celebrar la enorme alegría del triunfo pascual de Cristo sobre el pecado y la muerte, como exclamaba san Pablo: “La muerte ha sido vencida” (1 Co 15,54). Jesucristo, muerto y resucitado es el centro de nuestra fe y el garante de nuestra esperanza en la gran promesa del Padre: la vida eterna.

La conversión a la que nos invita este tiempo de Cuaresma no se puede quedar en algún ayuno o abstinencia o en la sola participación litúrgica. La conversión, a la que se nos llama, supone confrontarnos con la persona de Jesús y ver si hemos asumido sus sentimientos, sus actitudes, su manera de ver, escuchar y caminar con los demás, sus gestos concretos de acogida y compasión, su interés por elevar a las personas, sacándolas de la marginación, haciéndolas sentirse amadas…

Es fuerte la tentación que tenemos de encerrarnos en nuestra “autorreferencialidad”, como dice el Papa Francisco, levantando barreras y mirando demasiado por nuestras necesidades. La Sinodalidad de este tiempo de la Iglesia nos invita a “mirar más allá”, como lo hizo Marcelino Champagnat, nuestro padre y maestro de la fe y la confianza.

Sería muy bueno que en este tiempo nos cuestionemos la imagen que tenemos de Dios. ¿Es el Padre de toda misericordia y consuelo? ¿Creo verdaderamente en la misericordia de Dios para conmigo?

La misericordia de Dios es incluyente, no excluye a nadie. El Dios de Jesús en el que creemos y esperamos es misericordioso con toda la humanidad sin restricciones. En un mundo marcado por tanta exclusión por motivos étnicos, de género, de condición social como los migrantes… la Cuaresma nos invita a dar un testimonio muy claro y decidido por la inclusión de todos los seres humanos, estando atentos a cualquier situación que atente contra la dignidad humana y la fraternidad universal.

En nuestro 8° Capítulo Provincial de Cruz del Sur nos sentimos convocados a construir una “fraternidad visible y creíble” en todos nuestros ambientes y relaciones, pero principalmente con quien tenemos al lado. Y esta Fraternidad se describe, entre otros rasgos, a través del espíritu de familia (cercanía, presencia y valoración de las personas, especialmente las más vulneradas, a través dela escucha empática, la apertura, la alegría, el apoyo mutuo, el perdón, el cuidado, celebrando la diversidad) y la horizontalidad y corresponsabilidad (vida comunitaria en torno a la misma mesa, casa abierta para el que llega, promoviendo la corresponsabilidad entre hermanos y laicos, cultivando la sinodalidad que exige: flexibilidad, apertura e inmersión ante las realidades emergentes de la vida y misión). Esta fraternidad visible y creíble es todo un programa de vida que debemos acoger, siendo conscientes y humildes ante nuestras dificultades personales para vivir de ese modo.

También es bueno preguntarnos si nuestra fe es generadora de libertad o nos encierra en nuestros esquemas y seguridades. Quizás podamos estar encerrados en algunos fundamentalismos creados por nosotros mismos, o en algunas vanaglorias de méritos y derechos.

Necesitamos crecer en una auténtica experiencia de Dios, del Dios encarnado que camina con nosotros, abiertos a los signos de los tiempos, escuchando lo que el Espíritu va insinuándonos en la historia que transitamos.

Y muy importante es preguntarnos también sobre la dimensión social y política de la fe. Nuestra fe en Dios, nuestra experiencia de Él es para construir un mundo más justo y en paz, para hacer el bien y nunca el mal, para vivir como las primeras comunidades cristianas. Debemos ser samaritanos de nuestros hermanos, de aquellos postrados en el camino de la vida… Esta actitud samaritana también nos lleva a preguntarnos por nuestra responsabilidad ecológica, imprescindible conciencia para el cuidado de la creación, para vivir en armonía con ella sin depredarla.

No dejemos pasar estos 40 días como si nada; no perdamos esta oportunidad que nos brinda el ciclo litúrgico de tomar el pulso de nuestra fe, ordenarnos y reorientar la marcha. En eso consiste la conversión durante este tiempo. Y lo hacemos con mucha “esperanza”, como lo ha señalado el papa Francisco al invitarnos a vivir el Jubileo de la esperanza.

El papa Francisco, en su Mensaje para la Cuaresma 2025, nos pide que “recorramos este camino juntos en la esperanza de una promesa”. Y nos sigue diciendo: “La esperanza que no defrauda (cf.Rm 5,5), mensaje central del Jubileo. Que sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual.

Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe salvi, «el ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8,38-39)». Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado, y vive y reina glorioso. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.”

Por lo tanto, según Francisco, esta es una clara llamada a la “conversión de la esperanza”, de la confianza en Dios y en su promesa de la vida eterna. Por eso nos invita a preguntarnos: “¿Poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?” (Mensaje de Cuaresma 2025)

Que María, Buena Madre y Madre de la Esperanza, nos acompañe en el camino cuaresmal que hoy iniciamos.

Hno.Horacio Bustos

HERMANO PROVINCIAL

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