Los Maristas de Cruz del Sur nos unimos a la fe y la devoción por nuestra «Virgencita de Luján», estrechamente unida a nuestra historia fundacional, y ponemos a sus pies nuestras plegarias celebrando, con toda la Iglesia, su infinito amor maternal, su mediación y su fidelidad.
Los primeros Hermanos que llegaron a este país desde el sureste francés comenzaron su misión en estas tierras en la escuela gratuita San Vicente de Paul de los Padres Lazaristas en la ciudad de Buenos Aires. Pero la Buena Madre los quería más cerquita: Tiempo después, los mismos lazaristas, que tenían una Escuela Seminario en Luján, la transformaron en un hermoso Colegio en la orilla del río opuesta a la Basílica y convocaron a los más expertos que conocían, los Hermanos Maristas. Aquellos primeros Hermanos fueron autorizados en 1903 a seguir haciendo también allí lo que mejor sabían: Amar a Jesús y hacerlo amar educando y anunciando con palabras y obras la Buena Noticia.
Mientras avanzaban las obras del nuevo establecimiento, los maristas comenzaron a dar clase en las dependencias del “Descanso del Peregrino” y recién en 1906 se trasladaron al actual colegio para hacer crecer un árbol cuyas ramas frondosas se despliegan hasta nuestros días transformando las vidas de tantos NNAyJ y de sus familias.
Pero sus raíces, sin duda, se hicieron fuertes en el corazón de la Madre, en su cercanía. Aun hoy las torres de la Basílica trazan el horizonte de la Villa Marista de Luján como silenciosos y luminosos testigos de su historia en estas geografías. Y nos invitan a contemplar cada vez a esta Madre Buena que, conforme a la tradición, quiso quedarse en esas tierras como la Inmaculada Concepción de María.
La pequeñita imagen de la Virgen, de terracota, humilde, viajaba en esa carreta que no pudo avanzar hacia su original destino (Santiago del Estero) hasta que se la bajó para que la caravana pudiera seguir su travesía. Y, como todo un signo de la Madre para sus hijos, quiso quedarse a cuidado de un esclavo negro llamado Manuel. Un esclavo negro la protegería. Como la advocación guadalupana que, también en México, quiso manifestarse a Juan Diego, un campesino chichimeca, un colonizado, para abrazar en ellos a los últimos, a los más vulnerables de toda vulnerabilidad, con su amor infinito.
A su amparo, y a ejemplo de Marcelino, celebramos este día orando por nuestra patria y por todos sus hijas e hijos, especialmente los que más lo necesitan.