Popularmente conocido como el artista que dio vida al rostro de Marcelino, Gregorio Domínguez González (Goyo) confiesa que siente a Champagnat siempre a su lado, que lo ha ayudado a seguir adelante y a superar más de una dificultad y que, sin duda alguna, es él quien ha guiado totalmente su carrera, en una entrevista exclusiva que brindara a Cristina Plaza Sánchez, responsable de Comunicación y Marketing de Champagnat Global.
El pequeño Goyo que corría desde muy pequeño por los patios del colegio marista de su Burgos natal ya había sorprendido a sus padres apoderándose de los palos a medio quemar en el corral para pintar las paredes, cuando todavía no sabía caminar.
Su trayectoria con la Institución comenzó con apenas 10 años cuando su maestro, el Hno. Agustín Carazo, descubrió en él el talento que heredaba de su padre. Para Goyo, pintar la vida de Marcelino y tantas otras obras maristas que transmiten su vitalidad, es, según sus propias palabras, una forma de gratitud y reconocimiento a los Hermanos: “Es poder plasmar todo lo que yo he recibido de ellos especialmente en experiencias, en ética y en religión. Intento reflejar mis vivencias de hermandad, de humanidad y de servicio con ellos. En definitiva, todas las cosas buenas que, durante los años que conviví con los maristas, tuve la oportunidad de compartir con tantos Hermanos”.
Para retratar el rostro de Marcelino, su obra más reconocida dentro del Instituto, se basó en un dibujo que le hicieron una vez que ya había fallecido y en una estatua de estilo neoclásico realizada en Francia.Ese rostro, que se colgó en la fachada de la Basílica de San Pedro en Roma el día de la canonización, no es una producción aislada sino que se enmarca en una trayectoria marista de muchísimo valor.
Según cuenta el artista, “un dibujante hizo un estudio a lápiz del rostro de Champagnat y, a partir de esa estructura, empecé a hacer bocetos y a darle vida, a ponerle en diferentes posiciones y con diferentes expresiones”.
Habiendo recreado también la biografía de nuestro fundador, la suave y amorosa imagen de María, y otras tantas obras inspiradoras en las que, a la belleza, sumó su sentido didáctico, Goyo sostiene que es importante reivindicar el arte como manifestación de libertad y de trascendencia y aprecia el rol de las y los educadores a la hora de recrear espacios y tiempos para que los alumnos puedan explorar y desarrollar sus habilidades artísticas promoviendo valores tan importantes como la libertad y la humanidad.
Sin duda alguna, Goyo revolucionó las representaciones de Marcelino que se encuentran en cada rincón marista alrededor del mundo ―capillas, aulas, pasillos, comunidades, comedores… ― consiguiendo el reconocimiento universal por la riqueza de su pintura, por la variedad de situaciones representadas y, fundamentalmente, por acercarnos a su figura de una manera personal.
Ver:
Goyo Domínguez: Humildad, sencillez y modestia a través de la pintura