
Gabrielle Poteaux, educadora y animadora pastoral del Colegio Marista Saint-Laurent La Paix Notre-Dame, en Lagny-sur-Marne, una población cercana a París, vivió durante un mes en Uruguay una significativa experiencia de Voluntariado internacional y nos relata aquí lo que significó para ella.
Entre el 18 de julio y el 18 de agosto, Gabrielle llegó a la Casa San José, residencia de los Hnos. Maristas de Montevideo, y se instaló en la comunidad que conforman los hermanos Alberto Aparicio, Juan Walder y Carlos Huidobro.
Durante un mes ofreció sus servicios al Hogar Marista, visitó los cuatro colegios maristas del Uruguay —Santa María, Zorrilla y San Luis, en Pando y en Durazno—, se reunió con equipos directivos y alumnos, participó del Encuentro de Mundo Juvenil Marista donde habló a las y los jóvenes de su misión animándolos a vivirla y de un taller organizado por voluntarios del Hogar Marista.
Compartir la vida cotidiana de los Centros Comunitarios y Escolares en diferentes espacios y actividades ―con los niños y niñas de la extensión del matutino, con los alumnos de Primaria y con el 1º año Secundario de Pando, disfrutando de una tarde de juegos y encuentros y acompañando al 2º año de Catequesis, donde entregó cartas de estudiantes franceses a las que niños y niñas respondieron con dibujos e incluso con algunas palabras llenas de afecto que ella misma les enseñara en francés― fue con certeza muy importante.
Pero de su encuentro con el Uruguay Marista, Gabrielle, con sus 26 años, se llevó mucho más que una memoria de rostros, gestos y lugares y, sin duda, dejó también en cuantos tomaron contacto con ella, el testimonio de valor de su voluntariado.
― Mi deseo de ser voluntaria surgió cuando me preparaba para recibir el Sacramento de la Confirmación ―explica Gabrielle―. Me preparé con el Hno. Georges Palandre y fue él quien me invitó a visitar el Albergue Infantil de Loja, Ecuador, en el que los Maristas reciben y cuidan a niños esperando que sus familias se estabilicen para reintegrarlos a ellas en una mejor situación. Muchos han padecido violencias, inseguridad, situación de calle o gran pobreza. Algunos incluso han perdido a sus padres. Yo acababa de recibirme de Profesora de Literatura Francesa y quería tomarme un año de descanso para aprender cosas nuevas, viajar, estudiar español… No sabía que era posible hacer un voluntariado vinculado a la fe. En mi país tenemos muchas alternativas pero yo estaba en búsqueda de algo que ligara con mi proceso espiritual y fue allí cuando sucedió el encuentro. Recibí su invitación y, aunque al principio dudé, acabó por entusiasmarme. Yo quería ayudar a los demás, cambiar mis hábitos, desacomodarme para crecer. Y la experiencia, que duró dos meses, fue increíble.
¿Cómo llegaste a Uruguay?
― Lo vivido en Loja había sido tan bueno que dos años después pregunté al Hno.Pau Tristany, de la Provincia de L’Hermitage, si había alguna otra posibilidad de voluntariado en América Latina. Con su ayuda llegué a Mónica Linares, del Área de Laicado Marista de Cruz del Sur, y fue ella quien me orientó a la vista de las necesidades existentes. Entonces me dije: “¡Vamos, Gabrielle! No conozco Uruguay. Vamos a aprender una nueva cultura, a conocer personas nuevas, a ayudar, a ser útil. Eso es lo importante.”
Por las experiencias que viviste ¿de qué manera explicarías lo que es el Voluntariado?
― Voy a explicarte con una comparación. Un ejemplo que funciona. Al principio no sabemos muy bien por qué lo necesitamos, por qué necesitamos ayudar, salir de nosotros mismos, ir al encuentro de otras vidas para tender una mano, pero lo necesitamos. Es como una prenda de ropa. La primera semana, probamos la prenda y nos decimos «al final no sé si me queda bien», nos preguntamos por su talla, su color, su forma. Eso es lo que ocurre con el voluntariado: ¿Encajo con los demás? ¿Es esto lo que necesito? Luego, con el paso de las semanas, la prenda nos queda mejor: el color es bonito después de todo… la talla es un poco larga o un poco corta, tal vez. En medio de la experiencia, comprendemos que las cosas son realmente enriquecedoras y que, aunque nos perturben nuestras costumbres, hay muchas cosas bonitas. Cuando volvemos del voluntariado, nos damos cuenta de que la experiencia era totalmente adecuada: ¡al final, la prenda nos queda perfectamente! El tamaño es ideal, el color es magnífico. Y esa prenda la vamos a conservar, la vamos a llevar para que todo el mundo la vea, quizá incluso la compartamos, y vamos a querer que todo el mundo encuentre una que le quede tan bien como a nosotros… Cuando regresamos a casa, entendemos lo mucho que estas experiencias nos dejan. A mí me han dejado mucho; a mi personalidad, a mi cabeza, para ayudarme en la vida de todos los días, y su recuerdo está vivo en la carne y en la piel. Deja una huella vital en ti.
Teniendo en cuenta el desafío que supone el encuentro con otra lengua y otra cultura, ¿te resultó difícil?
― La verdad es que eso no supuso una dificultad: en los Colegios Maristas de Uruguay fue como si me conocieran desde siempre. ¡Fueron tan amables! ¡Tan lindos! Encontré personas increíbles. Me ayudaron a hacerme nuevas preguntas y no se molestaron con mi curiosidad. Al contrario. Los chicos y los adultos me hicieron sentir bien. Fue muy importante para mí, como extranjera, ver que las personas entienden lo que supone y te hacen sentir mejor. Los Maristas tienen una manera de recibir a las personas que es típica. Muy cálida, muy linda.
¿Qué sentís que te dejó la experiencia de Voluntariado en Uruguay?
― Hice un gran aprendizaje para la misión y para mi vida. Llegué a Uruguay pensando en todo lo que iba a hacer, en lo útil que me sentiría. Y, para mi sorpresa, las primeras semanas, como no realizaba actividades concretas, empecé a sentir que mis expectativas se frustraban porque no estaba haciendo cosas… “Solo estoy mirando y observando”, me decía. “Mi presencia no parece tener mucho sentido…” “Vine de Francia para ayudar a otras personas; pensé que me iban a dar cosas para hacer y no estoy haciendo nada.” El narcisismo, tan humano, me estaba jugando una mala pasada. Aun cuando, luego, en los colegios, tuve otra implicación e hice muchas cosas, en ese tiempo necesité aprender algo tremendamente importante: el valor de la presencia. La presencia tiene valor para los chicos porque acompañás, estás ahí. Y no era capaz de percibir lo que esas personas a las que pretendía ayudar también me estaban dando a mí. En esa presencia aparentemente inactiva aprendí que las personas y las situaciones necesitan tiempo. Que cada persona y cada situación tienen su ritmo y que hay que estar en disponibilidad de descubrir, a su ritmo, lo que realmente necesitan. Me costó porque, en mi vida y en mi mente, todo iba muy rápido y en línea con la acción y eso corrió mi eje, me expulsó del centro del mundo, para aprender a recibir las señales que las personas me estaban dando. Fue un lugar de misión en el que experimenté, más que el dar, el recibir. Y aprendí la importancia de aceptar y entender que las personas no van a ‘utilizarnos’ probablemente de la manera que creíamos y que está allí, ante nosotros, todo lo que sucede con nuestra presencia. Lo que hace la diferencia. El Voluntariado es una oportunidad increíble. Al comienzo, parece difícil pensarlo como posibilidad; pero, una vez que estamos allá, en la misión, todo parece posible. ¡Como si el mundo se abriera para nosotros!
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